Cuando se hace con rigor profesional, revisar la Historia es un ejercicio sano. Tras la derrota del Tercer Reich en 1945, fue muy oportuno para los alemanes que se extendiera la idea de que era imposible haber hecho algo contra los nazis, debido a la omnipresencia de la Gestapo (Policía Secreta Estatal) y a la extrema dureza de sus agentes. En definitiva, un imperio de terror, que supuestamente sometió a la mayoría de la población a los caprichos personales de Adolf Hitler.
A partir de 1970, con la apertura de los archivos que se conservan, varios historiadores han dado un vuelco a esta idea. La Gestapo actuó con una dureza criminal contra los Testigos de Jehová, los judíos, los gitanos, los homosexuales y los opositores políticos (sobre todo comunistas), pero adoptó una actitud muy considerada e incluso compasiva, hacia el resto de la sociedad, incluyendo a los alemanes de izquierdas que «desconectaron» y renunciaron a oponerse políticamente a la dictadura.
Las nuevas investigaciones revisan la imagen omnipresente de la Gestapo y basculan una mayor responsabilidad en las actitudes de la mayor parte de los alemanes
La Gestapo no llegó a tener más de 15.000 agentes para controlar a una población de 65 millones de habitantes, por lo que el 80% de los casos que investigaban eran denuncias de ciudadanos. Sorprendentemente, sólo el 20% de los investigados sufrió «prisión preventiva» y sólo una parte de estos terminaron en campos de concentración. Insultar a Hitler bajo los efectos del alcohol, se saldaba casi siempre con una simple multa.
Es decir, una mayoría de alemanes de raza aria, vivió a gusto en el Tercer Reich y otra parte muy importante vivió sin ser molestada. ¿Pudieron los alemanes hacer bastante más de lo que hicieron contra los desmanes nazis? Tenemos un ejemplo en febrero de 1943, cuando la Gestapo detuvo a los últimos 1.700 judíos que quedaban vivos en Berlín, para deportarlos a los campos de exterminio de Polonia. Eran los judíos casados con mujeres alemanas arias y según las propias leyes nazis no podían ser deportados. Sus esposas se manifestaron para exigir el cumplimiento de la ley y gritaban ¡Devolvednos a nuestros maridos! Al tercer día eran más de mil y como la protesta se descontrolaba, los nazis los liberaron al séptimo día. Casi todos ellos sobrevivieron a la guerra. Desgraciadamente, no hay constancia de ninguna otra revuelta cívica.
El mito de la Resistencia
Algo similar podemos decir sobre el comportamiento de la sociedad francesa. Tras la guerra, se cultivó el mito de la Resistencia: una Francia humillantemente derrotada en el campo de batalla, pero que resistía y se oponía a la ocupación nazi. Ciertamente, la Resistencia y los guerrilleros («maquisards») existieron y hubo casos de extremo heroísmo, pero en su inicio fue un movimiento minoritario y no demasiado transversal, pues casi todos eran comunistas.
Entre 1940 y 1942, hubo más franceses apoyando la colaboración con los nazis (como mínimo una cuarta parte) y muchos más se acomodaron en un segundo plano. Al avanzar la guerra, la popularidad del gobierno colaboracionista de Vichy se desinfló, aumentando paralelamente la popularidad de la Resistencia, dando lugar a lo que se conoce como el «resistente de la hora 25», es decir, el ciudadano que «cambia de chaqueta» en el último minuto, el que oye como se acercan los aliados y descuelga el retrato de Petain para colgar el de Charles de Gaulle. Este, tuvo la sagacidad de agrandar la importancia real de la Resistencia para que los franceses recuperaran su autoestima y la estrategia funcionó.
El castigo contra los colaboracionistas se hizo «en caliente», conforme se liberaba el territorio francés, sin garantías procesales en la mayoría de los casos, pero sólo hubo 80.000 detenidos, una cifra realmente baja para una población de 42 millones de habitantes. Hubo unas 10.000 ejecuciones sumarísimas y 6.763 condenas a muerte por tribunales, parte de ellas conmutadas. El castigo afectó sobre todo a los colaboracionistas de menor nivel, mientras que los más pudientes se libraron. La población se vengó en mayor medida contra las mujeres que tuvieron relaciones sexuales con alemanes («colaboración horizontal»), afeitándoles la cabeza y humillándolas públicamente. Hubo 20.000 «femmes tondues».