Es interesante comprobar los cambios que a lo largo de los últimos 150 años se han producido en relación a los espacios de convivencia de las diferentes clases sociales. En épocas pasadas, las personas más pudientes de una ciudad hacían vida social en espacios reservados, como los casinos, donde había que solicitar la admisión como socio y por lo tanto estaba reservado el derecho de admisión. Por su parte, las clases medias, que al igual que las altas usaban corbata y sombrero, practicaban sus relaciones sociales en los cafés. Finalmente, las clases bajas, que no usaban corbata y se cubrían con boina o gorra, alternaban en tascas y tabernas, donde se servía exclusivamente bebidas alcohólicas. Era inimaginable que un obrero o jornalero agrícola, pidiera un café o un té, porque hubiera sido considerado un desclasado y cada clase social tenía acotado su propio espacio y remarcaba su categoría social con la vestimenta. (Casino ferrolano)
En Ferrol, la clase socialmente dominante fue durante muchas décadas la alta y media oficialidad de la Marina, compartiendo sólo de manera parcial los espacios con la reducida burguesía industrial surgida en la etapa de la autarquía económica (1939-1959). En los años sesenta se produjo una «invasión de territorio» por parte de civiles de alto poder adquisitivo y para mantenerse al margen, la oficialidad de Marina creó el Club de Tenis, cuyos primeros estatutos limitaban la presencia a los hijos e hijas de los militares. Pero en una sociedad cada vez más democratizada y entremezclada, los socios con novios y novias de la población civil, forzaron su apertura al resto de la sociedad. El núcleo civil que fue clave para empezar a disolver este «apartheid» fueron los ingenieros de Astano, que eran jóvenes y en buena medida solteros.
Algo parecido ocurría con el deporte, otra herramienta de socialización muy potente. Nació con la sociedad industrial y en sus inicios tenía un marcado carácter clasista, porque había deportes para ricos y para pobres y así continuó siendo hasta la Segunda Guerra Mundial, aunque en España, esta segregación se prolongó hasta los años sesenta. Las clases altas eran partidarias del liberalismo y se inclinaban por deportes individuales como hípica, tenis, atletismo o golf, porque creían que tanto el éxito social como el deportivo, dependía exclusivamente del esfuerzo individual de cada persona en competencia contra otras. En general, eran deportes donde se evitaba el contacto físico y con equipamientos caros. Las excepciones fueron el boxeo y el rugby («deportes de bellacos, practicados por caballeros») y más tarde el baloncesto, que nació en 1891 en el ámbito universitario.
El tenis era en sus inicios un deporte de ricos. Al abaratarse su práctica y ser más accesible, fue relevado en su función social elitista por el golf.
(El fútbol nació en las minas)
Por su parte, los obreros practicaban masivamente el fútbol. Era lógica esta preferencia porque eran proclives al socialismo y creían que la solución a los problemas sociales dependía de la solidaridad mutua y del trabajo en grupo. El Deporte Rey cumplía plenamente estos requisitos y además su equipamiento era barato. Poca gente sabe que el alirón que se cantaba cuando se vencía en un torneo, viene del «All iron» (todo hierro), que los encargados ingleses de las empresas mineras españolas escribían en la pizarra y que era recibido con alborozo por los mineros, porque era señal de recibir una buena paga.
Con el tiempo, la práctica deportiva se ha democratizado y casi todos los deportes se han hecho accesibles para el conjunto de la población. El fútbol, por ejemplo, es muy transversal. A los interesados en el tema, les recomiendo un estudio publicado en 2014 por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) donde compara el FC Barcelona y el Real Madrid.
En hostelería, ha desaparecido la segregación clasista entre bares y cafés, aunque Ferrol puede dar mucho de sí en caso de analizar la clientela de determinados locales, donde la transversalidad social brilla por su ausencia, pero prefiero no adelantar acontecimientos.
Donde sí se mantienen las diferencias sociales es en la vestimenta. Es verdad que casi nadie se cubre ya la cabeza, pero las personas de izquierdas no visten igual que las derechas. En los ochenta los progresistas vestían prendas de pana, jerseys de cuello alto y añadían coderas. Si además eran jóvenes, pelo largo y en bastantes casos, barba. Actualmente, usan palestinas y lucen camisetas reivindicativas, mientras que se mantiene la resistencia al traje con corbata, un recurso puntual y no para todos. Pero donde más intensamente ha continuado el proceso de construcción de identidades mediante la indumentaria, es en el mundo de las denominadas tribus urbanas, aunque esa es otra historia.