La campaña electoral es pasado. Enhorabuena a todos los españoles. Hemos sufrido durante unos meses una nueva versión de las técnicas de «captación del voto». Atrás quedaron los mítines multitudinarios, las comidas de exaltación a los líderes, la contaminación acústica de sonsonetes machacones y demás elementos empleados por los partidos políticos para recordarnos sus bondades y las pérfidas propuestas y acciones pasadas del adversario. Las octavillas han cedido su protagonismo a las campañas mediáticas complementadas por una frenética actividad en las redes sociales. La televisión hizo valer su influencia mediatica. Hemos visto a nuestros candidatos cantar, tocar la guitarra, participar en rallies, bailar de forma sincronizada, jugar al baloncesto, ascender en globo, en escaladas, haciendo imitaciones, visitar la casa de Bertín, compartir marujeo con María Teresa Campos, con Trancas y Barrancas, y sigue y sigue. La probabilidad de conectar la televisión y encontrarnos con la cara de uno de los candidatos era elevada al extremo, acercándose a la «certeza absoluta».
Para remate, los debates: Que si a tres, que si a cuatro, con ausencias, sin ausencias, a ocho o nueve o «cara a cara». Cada uno ellos seguido de coloquios y evaluaciones de quien fue el ganador a través de las cuotas de pantalla o del share. El debate emitido por una docena de cadenas nacionales y autonómicas entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez con el periodista Manuel Campo Vidal como «moderador» alcanzó, sumado todas las emisoras, más de nueve millones y medio de espectadores (48,7% de cuota de pantalla), equiparándose a la final del mundial de fútbol de Sudáfrica o a momentos álgidos de la final de «Gran Hermano» (año 2000) o el especial polígrafo de Belén Esteban en Telecinco (teniendo en cuenta que era una sola cadena la que emitía).
En los debates, en general, pocas propuestas y mucho «y tú más». Avezados analistas otorgaron las mieles del triunfo a los ausentes, con atril vacío o no convocados. En el último gran debate, entre dos, solo faltó, después de los insistentes insultos de Pedro Sánchez y la respuesta de «hasta aquí hemos llegado» del señor Rajoy, un sonado «pues abandono el plató», emulando al profundo Kiko Matamoros u otros personajillos del programa Sálvame; aunque no estaría de más que quien lo hubiese abandonado fuese el señor Campo Vidal copiando, así, al propio «Jorgejavier». Una psicofonía se dejaba oír en detrás de cámara y decorados sin éxito alguno: «Programa, programa, y programa» ¿Era la voz de Anguita? No, era la de los votantes indecisos que se quedaron sin evaluar los argumentos de los intervinientes perdidos en una continuada descalificación.
Debería de ser obligatorio el que al menos un debate se dedicase exclusivamente sobre los programas editados y valorados, aparcando las felices ideas de última hora (hay que saber los costes de las promesas y su financiación). No es de recibo descalificar, por ejemplo, el contrato único y contraponer la derogación de la última reforma laboral sin más, o proponer una reforma constitucional sin aclarar tan siquiera la forma de estado, o atacar el complemento salarial anual garantizado, de Rivera, sin querer oír su coste real, o defender la renta básica universal de Iglesias sin mostrar su coste, o la propuesta del PP (fuera del programa) sobre ciertas exenciones a los jubilados que continúen trabajando sin que la acompañe una memoria económica o la influencia que pueda producir en el empleo de los jóvenes; a la vez se propone bonificar el empleo de los jóvenes con exenciones parciales de cotizaciones e impuestos sin decir cómo se puede acometer sin contraprestación presupuestaria. Promesas, promesas…
Otrosí: Me sumo públicamente a la condena de la agresión sufrida por el presidente Rajoy a puños de un descerebrado «odiador» nacido en «cuna de encaje»: para hacérselo mirar, la sociedad claro.