Los europeos tenemos una visión etnocéntrica de la Historia, de manera que todo lo analizamos de acuerdo con los parámetros de nuestros valores culturales, políticos y sociales. Bien es cierto que incluimos a Estados Unidos de América como propio, debido a la identidad WASP del grupo social dominante (White, Anglo-Saxon and Protestant). En consecuencia, entendemos que las naciones costeras del Atlántico Norte conforman el eje del poder. Sin embargo, la Historia avanza en otra dirección.
En 1820, pocos años después de las guerras napoleónicas, Europa concentraban el 27% de la riqueza del planeta y Estados Unidos el 2%. Muchos lectores se sorprenderán, pero ese año, China generaba el 33% de la riqueza mundial y la India el 16%. En contra de lo que muchos suponen, estas naciones asiáticas no estaban subdesarrolladas, pero su poderío militar no guardaba relación con el peso de sus respectivas economías y durante el siglo XIX fueron colonizadas de manera total (India) o parcial (China). El resultado fue su decadencia económica y la inversión del eje de gravedad planetario.
En 1900, el 40% y el 18% de la economía mundial estaba respectivamente en manos europeas y estadounidenses, mientras que China y la India retenían cada una el 9%. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estado Unidos acumulaban el 40% de la economía mundial, superando en 10 puntos a Europa, mientras que la riqueza de las dos naciones asiáticas había descendido hasta el 13%.
Pero todo ha empezado a cambiar aceleradamente a partir de 1980. China posee el 17% de la riqueza mundial y la India el 6%, mientras Europa ha descendido hasta el 16% y EE.UU hasta el 19%. Si al peso de la economía de China y la India, sumamos la de Japón (4%) y consideramos que la cuarta parte de la riqueza de EE.UU bascula hacia su costa oeste (especialmente California), no tendremos más remedio que aceptar que el Pacífico ha ganado la batalla económica al Atlántico.
La primera etapa de la revolución industrial estaba relacionada con el carbón, la segunda (a partir de 1870) con la electricidad, la tercera (a partir de 1945 con la energía atómica) y la actual, con las nuevas tecnologías de la información relacionadas con Internet. La economía del futuro estará relacionada con el uso del grafeno, la robótica y la nanotecnología. Es decir, una economía basada en la investigación y en el capital humano.
Fijémonos ahora en el reparto de los premios Nobel de Medicina, Física y Química (por razones incomprensibles no hay Premio Nobel de Matemáticas) a lo largo del tiempo. Son un termómetro que marca la capacidad científico-tecnológica de las naciones y como vemos, la hegemonía europea ha ido declinando conforme pasaban las décadas.
Estado 1901/1945 1946/1999 2000/2015
Europa 102 93 27
EE.UU 11 125 31
Asia 1 8 12
Otros 0 8 15
La elaboración es propia y puede haber errores. Advierto además, que la mayor existencia de premios conforme avanzamos en el tiempo, se debe a los trabajos en equipos de distintas nacionalidades. Hay que señalar que de los 23 premios Nobel obtenidos por el apartado de «otros», 11 corresponden a científicos anglosajones residentes en estados de la Commomwealth.
La Historia, aunque tenga reglas que se repiten, no está escrita ni es irreversible. En su conjunto, se vive en Europa mejor que en el resto del mundo, gracias al estado del bienestar que todavía existe pese a los recortes, pero no basta con recuperarlo. Hay que reindustrializarse con productos de gran valor añadido, hay que premiar la capacidad intelectual y el esfuerzo de las personas y hay que diseñar una economía del saber, seleccionando los contenidos que deben ser abordados por los equipos europeos de investigación. Los que apuntan a un renacimiento de la construcción, a un modelo de bajos sueldos con trabajadores contratados por debajo de sus capacidades, apuntan en la dirección equivocada.