Manuel Molares do Val-(molares@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
Crecido y eufórico, el líder de Podemos, el pequeño Pablo Manuel Iglesias Turrión, presentó como «mi ministro de Defensa» al hasta ese día Teniente General del Aviación en la reserva, y exjefe del Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) con Zapatero, José Julio Rodríguez Fernández.
De creer la tendencia de las encuestas Podemos ha ido desinflándose, primero creciendo desde su eclosión en las elecciones europeas de mayo de 2014: en noviembre era el partido con mayor intención de voto en España, pero un año después, es el cuarto.
Es prácticamente imposible que Rodríguez Fernández pueda ser ministro de Defensa porque Podemos difícilmente va a presidir el próximo gobierno.
Pero el gigantesco ego pedante de Iglesias quizás se lo crea, por lo que ya reparte cargos volviendo a la norma franquista y de las dictaduras en general de los ministros de defensa militares de combate, como Rodríguez; rompe así la costumbre de la democracia de nombrar civiles para ese cargo.
Tratándose de militares el «mi» es un adjetivo posesivo de bienes y personas, de uso común entre superiores e inferiores. «Mi general» indica sumisión a la autoridad, el soldado pertenece simbólicamente al superior.
Pero decir que Rodríguez será «mi ministro de Defensa» es, exactamente, lo contrario.
Indica que el exgeneral y el propio Ministerio son de su pertenencia personal: Iglesias es el amo, marca territorio con esa expresión que nace en la tribu y sigue con los esclavos o siervos al servicio del amo.
Es la expresión habitual de los reyes en el antiguo régimen, de los dictadores «mi» pueblo y sobre las cosas. Los demócratas no se expresan así porque no consideran propiedad suya lo que gobiernan.
Mi, mí, mío. Mis generales, decía Napoleón, que como el pequeño Pablo patrimonializaba lo que lo rodeaba.
El general Rodríguez y España son suyos, y en eso debemos recordar a Hugo Chávez con «mis generales y mi pueblo», y a Franco, que también hablaba así.