Maria Fidalgo Casares. Doctora en Historia
Esta Navidad una gran amiga extremeña, me pidió el favor de que le echase un vistazo a una novela que había escrito alguien de su familia y quería mi opinión. Una de mis grandes virtudes y defectos a la vez es mi aplastante y muchas veces incorrecta sinceridad a la hora de expresar lo que pienso. Mis amigos me quieren así y me disculpan aunque luego por ello sea requerida a menudo como “consiglieri” en asuntos peliagudos, sobre todo cuando sospechan que hay verdades que no se les cuentan para no hacerles daño.
Por razones laborales tengo aparcadas las lecturas de ficción que tanto me gustan y las circunscribo al periodo vacacional. Cuando supe que se trataba de una novela histórica mi interés decayó. Es mi género favorito pero suelen decepcionarme y me esperaba el típico libro de claves templarias, esoterismos varios peseudohistóricos que tanto se llevan o una grecorromanada que si no son muy buenas, son insufribles. Pero mi amiga es de las más queridas e insistió en que no trataba ninguno de estos temas y quería mi opinión antes de que se planteara algo serio. Era la primera obra de este familiar y por esta circunstancia presumí que joven e inexperto. Me espantó pensar que tuviera alguna ilusión en el relato y tuviera que darle una respuesta incómoda. A los tres días la recibí por correo. Me apremiaba para que la leyera y luego hablaríamos.
Me dejé convencer y aproveché las frías navidades para adentrarme en ella. Desde el principio me gustó el tema: la Castilla medieval y la Inquisición y sobre todo su prosa ágil, muy fluida pero elaborada que te hacía pasar las páginas sin prisa pero sin pausa. Las denominaciones medievales hoy en desuso aparecían perfectamente imbricadas en el relato sin ralentizarlo. La ambientación histórica era natural, sin artificios y sin la impostura de querer dar una clase de historia, algo que me encanta pero que no quiero en la literatura. Los personajes atractivos y bien definidos avanzaban un argumento que prometía.
Después del segundo capítulo, estaba totalmente enganchada. El asunto inquisitorial que tanto me gusta estaba tratado con justicia, y además sin morbo y sin estridencias y sobre todo, algo que sucede con recurrencia cuando se habla del Santo Oficio, no estaba teñido ni de anticlericalismo ni de presentismo histórico ( juzgar los hechos del pasado con la perspectiva y valores del presente)
La primera parte de la novela arrancaba en 1559 cuando la Inquisición celebraba en Valladolid el Auto de Fe más importante de cuantos se celebraron en Europa. Y es aquí cuando me encontré el primer acierto de la obra. La autora- sabía que era una mujer- huía de ahondar en el dramatismo de la cruel ceremonia para ofrecer una exquisita y completa descripción de las calles, plazas, edificios y sobre todo del propio Auto de Fe de Valladolid, que me recordó a ese otro magistralmente narrado por Delibes en El Hereje, y al que siendo justos ,poco tenía que envidiar.
Pero si los escenarios se mostraban ante mis ojos como si estuviera presente en ellos, con la aparición de dos de los principales personajes, la obra creció: Fray Hernando, dominico inquisidor, y Beatriz Alarif, joven hermosa y noble que llegaría a conocer a fondo, con sus luces y sus sombras a través de la técnica del flashback . Pero no sólo el acierto se circunscribía a los escenarios y protagonistas : pronto apareció la intriga y nuevos e interesantes personajes como Luis Zapata, antiguo paje de la emperatriz Isabel y de Felipe II.
En la segunda parte, la más breve de las tres de las que se compone la obra, la autora se trasladaba a la noble villa de Llerena, en Badajoz. De nuevo describía magistralmente la vida de sus habitantes en el siglo XVI,: conventos, palacios, mercados…desfilaban ante mis ojos. ( Maravillosa la descripción de la fiesta de la Natividad del Señor en el Palacio de los Torrealta).
La tercera parte servía de nexo entre Valladolid y Llerena. Los tres personajes principales se entrecruzaron, dando lugar a pasiones, odios, venganzas e intrigas. Aquí me encontré con una historia de amor. No quiero desvelar demasiado.
Dos días después y tras robarle horas al sueño terminé la novela
Me entretuvo muchísimo.. sentí ese gusanillo de querer buscar el tiempo para saber qué estaba pasando y cual sería el desenlace… Un acertado epílogo me desvelaba el final y a la vez el devenir de los hechos futuros. Cuando cerré la hoja sonreí… feliz de haber disfrutado como hace tiempo no hacía del placer del entretenimiento de la lectura…
La obra se titula Los Ojos de Dios y su autora, Rafaela Cano, una desconocida en el mundo de las letras, aunque no por mucho tiempo, auguro yo…Una ópera prima a la que sin duda seguirán más obras que, visto lo visto, captarán mi interés.
La autora no era joven ni inexperta, sino una interesante profesora de Literatura con años de bagaje docente a sus espaldas que debutaba en el mundo de la Literatura ofreciendo un producto sin más pretensiones que entretener al lector con una historia amena, distinta y bien contada.
La Diputación de Badajoz ha publicado ya su novela y ha sido record de ventas en las ferias del libro extremeñas…Es número uno en lecturas veraniegas de su comunidad, y ya tiene en mente – y en su ordenador- su segunda novela De momento sólo se puede adquirir en Extremadura o en la red.
Mi amiga me ha dicho que hay otras editoriales interesadas e incluso contactos para una mini serie de televisión… Y mira por donde… yo fui la primera que la leí… y me sentí identificada e ilusionada Esta profesora comenzaba con esta obra su periplo literario cuando otras personas piensan en la jubilación, al igual que yo cuando escribí mi primera columna para Galicia Artabra a la que siguieron ya más de una centena de colaboraciones con otros medios.
Bueno, a lo que iba…
Los Ojos de Dios de Rafaela Cano, todo un descubrimiento. La recomiendo