Manuel Molares do Val-(cronicasbarbaras@yahoo.es-cronicasbarbaras.es)
Felipe VI no tiene por qué entregar la Copa del Rey de Fútbol que ganarán el Barça o el Athletic de Bilbao el 30 de mayo en un espectáculo en el que los independentistas catalanes y vascos anuncian que agredirán los símbolos del Estado.
Gritarán, silbarán y quemarán banderas españolas, como hicieron antes en ocasiones similares, en una orgía antiespañola que será mayor si es en su deseado estadio Santiago Bernabéu.
Felipe VI entregará el trofeo por primera vez en su reinado y las televisiones mostrarán falsamente al mundo que la mayoría del país rechaza la Constitución simbolizada por el himno, la bandera o el Rey.
Mientras, la verdadera mayoría se siente agredida por esos insultos; y dentro de ella, se manifiestan también violentados muchos ciudadanos poco amantes de esos emblemas, pero sí de lo que representan: la libertad.
En Francia, y tras los silbidos de una multitud de franceses de origen norteafricano a La Marsellesa antes de un partido, se legisló que se cancelarían los encuentros en los que vuelva a repetirse ese insulto.
En España existe la Comisión Estatal contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte, que sanciona los comportamientos incívicos.
Puede interrumpir partidos, cerrar estadios, multar a equipos y jugadores, y prohibir la asistencia al fútbol de los provocadores.
Esa Comisión puede advertir que tiene autoridad para cancelar el partido Barça-Athletic inmediatamente antes de iniciarse, como en Francia, si hay actos o gestos contra el Estado.
Sin esa garantía Felipe VI no debería asistir a la humillación de los símbolos constitucionales. Muchos monarcas europeos tampoco acuden a entregar innumerables premios con su nombre.
Aquí es suficiente con que represente al Rey el presidente de la Real –sí, Real– Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar.