Patricio María Paz y Membiela, marino y naturista ferrolano.
Nació en Ferrol el 17 de marzo de 1808 en el seno de una familia acomodada y de origen noble, Su padre Rafael M.y Fuentes era fiscal general de Guerra y Real Hacienda y dos de sus hermanos fueron diputados a Cortes, Ángel María ( (brigadier de Infantaría) por Celanova (Ourense) y Pablo (oidor de la Real Audiencia Pretorial de La Habana) por Ribadeo (Lugo).
En 1820 inició sus estudios de guardiamarina en la Academia de la Armada en su ciudad natal. Dos años mas tarde embarca por primera vez en la fragata “Aretusa”. Navegó durante casi veinte años ( desde 1822 hasta 1840) en nueve buques de la Armada y visitó en siete viajes Estados Unidos, en tres o cuatro América del Sur y en otros muchos la Península Ibérica y el resto de Europa.
En estos viajes fue ascendiendo a los grados de Alférez de Navio (en 1831) y Teniente de Fragata (en 1837). Además desempeñó diversos cargos en los apostaderos y bases de la Armada de la Península, Manila y La Habana y en 1837 fue nombrado segundo comandante del refugio de matanzas (Cuba).
En 1840 con solo 32 años se retiró de la Armada y quedó como Capitán de navio honorario. La causa fue una sordera progresiva provocada por un fuerte golpe que recibió en el oido derecho en 1826 cuando estaba a bordo de la fragata “Perla”.
En los últimos años recibió la Cruz de la marina con Diadema real por conducir con éxito a puerto a la goleta “Nueva Murcia” durante un devastador temporal que azotó al Mediterraneo en 1832 y en el que estuvo a punto de fallecer.
En 1853 fue comandante de carabineros en La Habana.
Por méritos personales o de privilegio de cuna obtuvo en diferentes fechas el hábito de la Orden de Calatrava, los honores de secretario de S.M., la gracia de Capitán de Navío honorario con uso de uniforme, la Cruz de distinción de la Marina y la de Gracia de Calatrava.
A lo largo de sus navegaciones y estancias en las colonias españolas se convirtió en un gran aficionado al estudio y colección de las conchas. Debido a esa curiosidad estableció relaciones en Cuba con los naturalistas Felipe Poey y Nicolás Gutiérrez cuando residió en Matanzas en 1837, y posteriormente en 1853, en su destino de la Comandancia de Carabineros de La Habana.
Jefe de la comisión del Pacífico
Su nombramiento como jefe de la Comisión científica del Pacífico en junio de 1862 por el Ministerio de Fomento no parece que fuera muy acertado. De carácter intransigente chocó desde el primer momento con el comandante Cróquer, responsable de la fragata «Triunfo». Y también tuvo enfrentamientos con los científicos desde que se reunieron todos los expedicionarios en Cádiz a causa de las disposiciones establecidas en el Reglamento que regulaba las funciones y tareas de cada uno de los expedicionarios. Los enfrentamientos con sus subordinados empezaron a manifestarse desde el primer momento. Así el 30 de julio de 1862 exponía al director general de Instrucción Pública sus quejas porque el fotógrafo Castro Ordóñez se había sobrepasado en sus gastos de material fotográfico.
Como consecuencia de sus desavenencias con unos y otros presentó su dimisión como presidente de la Comisión científica en una carta que dirigió a la Reina el 29 de julio de 1863.
Tras regresar a Madrid se dedicó al estudio y aumento de la magnífica colección de moluscos que poseía. Logró reunir cuarenta mil ejemplares, que representaban cerca de doce mil especies y variedades, perfectamente conservados. Pensó en venderla en la Exposición Universal de Viena celebrada en 1873, pero finalmente el Museo de Ciencias Naturales de Madrid la adquirió por seis mil duros.
En 1871 fue uno de los once miembros fundadores de la Sociedad Española de Historia Natural. Tras fallecer en 1874 su consocio Jiménez de la Espada leyó en una de las sesiones de esa sociedad científica una necrológica sobre su antiguo jefe de la Comsión científica, del que había sido uno de sus principales críticos, según se constata en diversas páginas de su Diario de viaje . Sin embargo en ese acto de homenaje post mortem ofreció una imagen benevolente de su figura destacando sus cualidades positivas de naturalista, como queda patente en este testimonio:
Era Paz y Membiela un colector de primer orden, experto, infatigable, paciente; dotado de una vista tan perspicaz y de un acierto tan seguro que rayaban en instinto. Nadie descubría un caracol, un insecto u otro animal cualquiera donde el no los hallaba; porque bueno es advertir que su tino y su práctica no las utilizaba solamente en la recolección de conchas; la Entomología y Herpetología españolas y americanas le deben más de un reptil o de un insecto raro y curioso. Y estas sobresalientes cualidades eran tanto y más de admirar en nuestro malogrado socio, cuanto que no constituían para él un oficio o medio de lucro, ni descuidaba por ellas la vida, porte y costumbres de un cumplido caballero y hombre de mundo. Causaba verdadero asombro y al mismo tiempo complacencia –y en esto puedo hablar como testigo – verle durante el día a los rayos del sol de las Américas, o sufriendo las recias turbonadas de aquel cielo, escudriñar enmarañados matorrales, registrar extensas playas o peladas rocas, o trepar a los picos escarpados.
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