El Beato Antonio López Couceiro nació en Ferrol el 15 de noviembre de 1869, pasa su infancia en Betanzos. Ingresa en el Seminario de Orense, 1884, donde cursa tres años de filosofía con notable aprovechamiento. Pasa al Seminario Conciliar de Santiago para estudiar teología.
En el convento dominicano de Padrón, 1889, viste el hábito. Completa los estudios eclesiásticos en Corias y en san Esteban de Salamanca y el 23 de diciembre de 1893 es ordenado sacerdote. Es profesor en Vergara y Maestro de novicios en Padrón.
En 1912 pide ser contado entre los restauradores de la Provincia de Aragón. Hombre de auténtico espíritu religioso, da ejemplo inequívoco, en el desempeño de los ministerios conventuales encomendados, de vida mortificada y de dominio de su temperamento.
Varón de hondo espíritu religioso y elevado sentido de austeridad, sus penitencias eran proverbiales y notorias, físicas y morales. De plena obediencia ejerció ministerios varios y diversos destinos. Carácter duro que compensaba y dominaba con seria humildad y reconocimiento de sus limitaciones. Alguien dijo de él que para la cima de la santidad sólo le faltaba el martirio. El Señor se lo concedió en julio de 1936, a sus 66 años de edad.
Fue beatificado el 28 de octubre de 2.007 y su fiesta se celebra el día 6 de noviembre.
Detenido y fusilado en Calanda
Los dominicos se habían trasladado a Calanda en 1931, cuando vieron que las cosas se estaban poniendo turbias para la Iglesia en España.
Calanda es un pueblo que en 1936 tenía unos 3.000 habitantes. Se encuentra a media distancia entre Zaragoza y Teruel. Era un punto escondido en la geografía española. Por tanto, se vivía allí con cierta tranquilidad, lejos de las ciudades y de las aglomeraciones. El 25 de julio los frailes celebraron la misa con cierta serenidad. Pero dos días más tarde corrió la voz de que los milicianos catalanes iban a copar el pueblo. Por tanto, el padre superior mandó desalojar el convento. Efectivamente, el día 27 los milicianos ocuparon el pueblo y empezaron a detener gente.
Ese mismo día cayeron presos cuatro frailes, entre ellos Antonio. Al día siguiente echaron mano a otros dos y a un sacerdote. El 29 al amanecer cayó el octavo. Siete dominicos y un sacerdote secular. Los tuvieron presos en los bajos del ayuntamiento, mezclados con otros muchos seglares de signo religioso. Estaban metidos en un local indecente, sin luz, sin servicios higiénicos y sin ventilación. Peor que una cuadra.
Se hizo un juicio de faltas. Alguien exigía que se hicieran las cosas con justicia. Pero aquella justicia resultaba ser de la siguiente manera: unos exigían matar a todos, y otros solamente a los religiosos. Prevaleció la tendencia más benigna. Había que matar a estos ocho sacerdotes. Y así se ejecutó sin más.
El grupo de religiosos se daba perfecta cuenta de su situación y todos se prepararon para la muerte. Se confesaron unos a otros. Y fue aquí donde Antonio López Couceiro se mostró más animoso que los demás para decirles que era éste el momento de perdonar. «Hay que perdonar. Es necesario perdonar». También animaban a los seglares presos para que fueran fieles hasta la muerte.
Malherido, caído en tierra, juntó las manos, miró al cielo, y le oyeron musitar: «¡Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen!». Fueron sus últimas palabras.